La vida cotidiana nos enfrenta con la dura realidad: vivimos cada vez en mayor peligro de ser asaltados, robados, violentados, extorsionados e incluso desaparecidos o asesinados. Las llamadas telefónicas desde números desconocidos, las visitas inesperadas a nuestros domicilios, estacionar nuestros vehículos en la vía pública, usar el transporte público, caminar para trasladarnos hacia escuela, trabajo o de regreso al hogar, nos colocan en situaciones de riesgo, que van en aumento y que no deberían de ser así. Las autoridades deberían de garantizarnos protección, prevenir e inhibir a los delincuentes, sancionar y castigar ejemplarmente a quienes violen a la ley para así, vivir en paz, sin impunidad y sin miedo.
Ese estado ideal, esta lejos de nuestra realidad actual. Los gobiernos han fallado y son incapaces de brindarnos protección y seguridad pública. Hemos pasado del miedo a la resignación, del asombro al coraje por su incapacidad demostrada durante años y lamentablemente, la adaptación social nos ha ido llevando al extremo de acostumbrarnos a vivir así, resignados a que no nos queda de otra, de que estamos solos en la lucha por sobrevivir a la delincuencia, al narcotráfico, al crimen que esta más organizado que nuestros gobiernos.
Vivimos enfrentando riesgos todos los días. ¿No queda de otra? No podemos rendirnos sumisamente y dejar de exigirle a los gobernantes que se pongan a trabajar, que dejen de hacer pactos obscuros y entreguistas con los criminales, que dejen la corrupción, que hagan lo que deben de hacer y nos regresen a los tiempos en que se podía dejar el carro con las ventanas abiertas, que podíamos salir a platicar afuera de nuestras casas sin temor a ser robados o secuestrados. Hubo tiempos en los que los niños jugábamos en las calles, en los que los parques eran lugares de diversión, de convivencia familiar. Hoy en cambio, los niños no pueden ir solos a un parque o a una unidad deportiva. Las casas de hoy se han vuelto fortalezas o prisiones, llenas de barrotes, candados, protecciones y chapas cada vez más sofisticadas. Alarmas y cadenas deberían usarse para encarcelar a los maleantes y no para encerrar a nuestras familias al interior del hogar.
A nuestros gobernantes y políticos de ahora, en materia de seguridad pública no hay razón alguna para felicitarlos ni reconocerlos. No han podido o querido o sabido como enfrentar al crimen. Han perdido las batallas y la guerra entera. Regresar a vivir mejor, con tranquilidad y seguridad, tardará años de buenos gobiernos, diferentes a los que tenemos, que incluso en el descaro, sinvergüenza y perversidad ponen en evidencia su miedo a enfrentar al mal, por complicidad o doblegamiento. Abrazos, no balazos es la peor política pública en la historia del México moderno.
Cuando el gobierno federal o los locales presumen que ha bajado la percepción de inseguridad, manipulando las estadísticas, evitan decirnos que hay un subregistro, que los ciudadanos ya no denuncian, que la gente piensa que ir a la policía o pedir ayuda al gobierno es inútil, que no hacen nada, que no resuelven nada, que no sirven. La gente, impotente de detener a quienes el gobierno si podrían, se ha acostumbrado a sobrevivir y a vencer el miedo, que no puede paralizar su vida cotidiana. Se vive sin voltear a ver, sin pensar tanto en los riesgos. Percepción no es realidad. La inseguridad pública es cada día más grande. Los peligros se desbordan y el gobierno, ha sido rebasado totalmente.