Actualmente en nuestro país, para acceder al poder, los principios y los ideales se han dejado de lado, pues es evidente que, los liderazgos de quienes encabezan los partidos políticos, sólo se ocupan de sus intereses personales o de grupo, traicionando los principios de legalidad, de lealtad, de honestidad, de gratitud, pero en muy en particular, traicionando los valores cívicos y morales, sin que, se pueda advertir el más mínimo interés por la sociedad dentro del marco constitucional y del estado de derecho en todos sus términos.
El político mexicano que, logra encumbrarse en el poder público, no requiere de un perfil de verticalidad, un perfil revestido de honestidad, de lealtad, de ideales, sino todo lo contrario, sólo basta que, tenga astucia para manipular a terceros para infiltrarse y posicionarse en el ámbito del poder político en turno.
El sistema político adoptado por nuestro país, según la normatividad, es una república, pero en la realidad, se trata de un gobierno absoluto, manipulable y ejercido, únicamente por los ejecutivos, federal y estatal, al que los otros poderes, están sometidos.
Aquí en Jalisco particularmente el desempeño del poder judicial, se caracteriza por un auténtico apego al marco constitucional, a costa de servidores públicos que, optan por la denostación prepotente, ignorante, absurda, desplegada por el titular del ejecutivo estatal.
Qué bueno sería que, la mayoría de los ministros que hoy integra la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no claudicaran y que, toda la sociedad, les reconociéramos y avaláramos esa actuación decorosa, útil y positiva para el pueblo de México.
Nuestra realidad social como país, conlleva un escenario poco decoroso; sin embargo, para quienes aún tenemos la dicha de formar parte de la academia, en mi opinión y de manera muy respetuosa, considero que, es nuestro deber, inculcar, sobre todo en el ámbito del derecho, los valores cívicos y morales, pues hemos olvidado que, las ambiciones económicas y de poder, tienen sumidos al estado y a la república en una debacle, dada la ingobernabilidad.
Desde luego que, mi expresión nace desde una óptica dramática, derivada del estatus político de nuestro país, pero creo que, es más dramático, guardar silencio y no reconocer nuestra realidad social para optar, al menos, por intentar un cambio, exigiendo a los políticos que, antepongan sus ambiciones de poder y de riqueza, a los intereses de la justicia, de la paz y del crecimiento de la patria.